sábado, 26 de julio de 2008

La vida de una estrella (dudosa directamente proporcional a la distancia, no menos peligrosa)


Cuando el sol salta montes,
y deja las piernas abiertas,
te puedo ver más roja.
El mundo se aglomera en sus rincones,
y el piso te cree viva
por cómo se tapa los ojos de alegría

Y es que cuando te escucho hablar
sé que han pasado muchas voces antes.
No hay dominical sin tu marca
cuando me pierdo en la noche.
Y cuando trato de alcanzarte
me tomas del brazo para alejarme

Cuando te robo un abrazo
me quieren ver tras celdas horizontales.
Porque todo el mundo quiere una estrella,
Pero no quieren explotar contigo.
Yo soy polvo en risas de recuerdos;
vivo en lo oculto de tu mirada,
y olvido cuanto, en ti, dura mi vida

Tus voces son las luces.
Hay muchos caminos para una persona
y una soledad para la estrella.
Pero quiero estar muy cerca
y saber porque destellas,
porque puede que sea
que hace mucho que no destellas

Pasará mucho tiempo
antes de que empiece a anhelarte.
Ahogado puedo servir de cuerpo
y no son manos que conozco las que me cuidan.
Pero seré el primero en amarte
como en el polvo amainado sabré extrañarte

Tan cerca como lejos,
sabré cuánta es la vida de una estrella

domingo, 20 de julio de 2008

Los años desmienten la irrealidad.-.-.-.-.-. Luego Mis Dibujos


Mientras caminaba por la plaza, las luces se prendían. Ella sabía muchas cosas de electricidad. Sabía que en noche las luces despiertan. Mirar hacia abajo las escondían del sol y abrir el ojo era magia. Era el mago electricista que prendía las luces sin un interruptor. Se quedó hasta que aparecieron las que hoy son sus amigas, que no eran tan malas como sus padres decían. La llevaron a casa. Las luces seguían intactas, las caras amarillentas y sus padres preocupados. La gente podía guardar un sol en su cara, como las lumbreras, pero sólo servía si las usaban de noche.

Daniela, se llamaba. Gustaba de mirar las estrellas. Ella sabía muchas cosas de astronomía. Sabía que esas estrellas se bañaban todo el día para salir al barro del cielo en la noche. Sabía que existían muchas constelaciones: la de los trabajadores, la de los cerditos y la de los sirvientes, como los de los cuentos.

Sabía mucho de biología. Las aves pasaban bajo el sol para dejar su sombra, y cuidarnos del abrasador calor. Las plantas crecían para que los niños pudieran olerlas, y las flores se abrían con bostezos sordos, alzando sus pétalos como dos brazos. Las ovejas se desnudaban, los pastores eran crueles.

Cuando Daniela creció, su ojo se convirtió en un hotel. La gente era como nube que avanzaba por el agua. Todos la miraban, porque adolecían, porque todos buscaban lo mismo. Dejó de creer en las constelaciones. Su conciencia le hizo desmentir de lo que sabía. Los besos que recibían ya no eran para dejarle marcada esa sonrisa, con dos hoyos bajo sus pomelos. Los abrazos, ya no eran para hacerla crecer y alargarla hasta tomar una estrella y dibujarle una sonrisa. Las caras no guardaban el sol, guardaban el azul de los lugares que nunca se iban a olvidar. El mar, o simplemente un rayo que se reflejaba en su carita mirando el televisor. El mundo se mostraba con todo su esplendor, mientras ella le quedaba mucho por bailar, por amar y perdonar.

Pero de todo lo que creía olvidado, aprendió algo: que los cerditos se revolcaban en cualquier noche de barro, que dejaron su vida de trabajadores, porque la vida de las nubes era de un día. Y que las que miraban las constelaciones de noche no eran malas, eran las trabajadoras nocturnas, mientras todos eran sirvientes del sueño.