sábado, 31 de mayo de 2008

Eso es todo, esto no es todo (Los Tres)


That´s All

Al mango le dio vida el dinero
como el verde al calor.
Y es que todos los rones se venden en el cielo
¿por qué es allá donde voy?

Cada hoyo son el hueco
de donde pretende salir el sol.
Desde las nubes el oso busca su anzuelo
y caza a los peces que dan un buen vuelo.

Porque los peces del cielo
no tienen sueño.
Dime si haz visto dormir uno.
Nada es como dentro de un alambrado

Eléctrico plumífero.
Se torna rojo y carnívoro
y pondré tu cara cada mañana
para dejar los domingos en mi cama los pomelos.

Como al mago el dinero
que me pide por mes el mango

sábado, 24 de mayo de 2008

Agradecimientos a nuestro compañero Rainier (el dinosaurio) de Mr. ciego sordo mudo (el animal primitivo)


Fue el señor Inti quien se encargaba de darle ese atractivo color a las hierbas más nutridas, brotadas sobre el barro de ciudades de piedra y oro. Fueron las llamas las que no dejaron de saborear el verano en sus bocas rumiantes. Las olas se batían sobre la rocosa lengua y los dientes parecían ballenas, que esperaban el amarillo del otoño para masticar los mares sin saber donde estaban, y su piel se arrugaba, que les indicaban a que frío entraban.
Fueron los mismos mares quienes vomitaron al platónico ser pequeño, y que les dio una expresión para responderles con la vida. Y, como “gérmenes”, entraron a sus bocas bien nutridas, que de gula sin ser pecado les empezó a consumir los cimientos, y terminar en una salida incandescente por sus ojos que no se tapaban del oro, como si no fuera el sol.
Los hombres que corrían, jugaban, pulían, trabajaban y dioses adoraban pudieron desaparecer. Y llegó el concepto de moderno, con los que escribían, con los que creían hacer historia para sentir repulsión por tantos dioses. Los prístinos radicales del cambio que terminó siendo la nueva escuela, con hombres europeos y mujeres con hijos ya no puros. Los profesores europeos, y sus alumnos preferidos, futuros dictadores. La conquista se hizo realidad.
Pero bien puede ocurrir que hasta el más leal ser, llamado americano, tenga una convulsión al amar a su tierra, como si la conociera suficiente. El nacionalismo se sienta delante de todos los pupitres, mientras el profesor enseña. Es el fanatismo quien puede matar a muchos dioses, y luego de la graduación es la bandera la que se entierra sobre los estados de asfalto europeos, seudo americanos. Es la idea de querer retroceder a lo que vive en cada uno lo que lo lleva a matar a su propio pueblo. Es retroceder a las anchas platónicas, a la tradición de romper tradiciones. Es querer ser “germen”, en realidad aspirar a ser “germen”, y aprender de los grandes países del frente invasor para volver a entrar por la boca de cada uno y salir con la mirada incandescente. Algunos no abrieron la boca y terminaron en una noche de lápices rotos, mientras le extirpaban los pezones o lo dejaban desnudo mientras esa filosa calle de púas heladas le consumía el cuerpo al desvelado por el “mal señor”. No somos libres, dice quien nos ha enseñado desde economía hasta como vestirnos. No tenemos libre albedrío, dice quien nos da a elegir, quien nos tapa la boca antes de opinar, o se escurridiza del ruido a tener que escuchar lo que conquistó, porque se creyó muy conocedor de nuestras palabras.
Esta conquista, para los que perdimos, fue de ganancia de enfermedades y un nuevo gen. Para lo que ganamos, perdimos la familia, quizás; perdimos oro, quizás; pero de escrituras no me hablen, que nadie escribía… hasta que ellos ganaron. Aunque sus escritos siempre hablaban de victorias.
Faltarían palabras para gritar la libertad que nos han quitado, hasta los tiempos de asfalto; hasta los muertos que no pueden reclamar su vil entierro; hasta los dioses, que ya no son tantos. Son menos, menos, menos,… uno.
Pero de todo lo que nos falta, hay un viejo, siempre dispuesto a hablarme del mundo en que vivimos. Ese mundo que compartimos en silencio con el que me enseñaron, del que yo no elegí. Pero me siento libre en ese mundo del vejete: leyendas, ruinas vivas, plumas sobre sus cabezas. Entro a esa utopía de querer volver a él con el amor que perdí en batalla, con el respeto de la vida que nadie me puede explicar mejor que el viejo. Me entrega el arma, el viejo herrero, y me armo para luchar por la vida, por mi mundo de piedra y oro del que nadie puede entrar, porque de él nunca voy a hablar. Y por mucho que ese mundo habite en mí, podrán abrir mi cuerpo y no verán más que las manchas de las manos terminales, de los “gérmenes” que quieren volver a entrar por barcos a mi lengua. Yo los vomitaré como lo hizo una vez el mar.
Ellos no me admiten como el civil que me nombraron. Si no es así, seré el mundano de tierras de la que los viejos me hablaron.

Aprendimos a jugar (se está yendo todo el mundo)


Esa chica dulce salía de la dulcería. Iba en dirección a su casa con un paquete de paletas para su marido. Con una vestimenta de una pieza, que le llegaba hasta un poco mas arriba de las rodillas, ya iba saltando. Cada segundo era parte de su impetuosa vehemencia que se expresaba de manera muy particular. Niños del furgón escolar, que la miraban como si la conocieran, observaban como ella le robaba sus juegos de
no pisar las rayas de la vereda.

Cualquier adulto diría división, pero ese aire contagioso de primavera hace olvidar del invierno hasta los más apartados narradores. En todo caso, era invierno, y como en todo invierno, pareciera un hamaca con agua la que en cualquier momento desde el
cielo pretendía darse vuelta. A la mujer no le importaba las hamacas, si no la idea de que su marido se contente con las paletas que ella le iba a dar. A la mujer no le importaba la lluvia.

Había guardado ese dinero para ir a fantasilandia, pero nada cambia ese aire que la lluvia desprendía desde el suelo. Parecían somníferos que cautivaban los sentidos de cualquiera. ¡Pero no se equivoque!, no piense que es el aire. Era esa chica de una pieza, con puntos en su vestimenta. Sí, tenía puntos blancos sobre la pieza rosada. Esa ropa que alguna vez en navidad le regalaron. Ella nunca supo si ese regalo era de navidad o de cumpleaños, pues nació un día antes del nacimiento popular de Jesús. Siempre esperó que le preguntaran:" ¿Cuándo nació Jesús?", pero nunca ella ha podido decir que no sabía. Y es que en realidad todos creen saberlo.

Muchos autos se han detenido, con compasión en sus luces, para dejarla en la puerta de su casa. No pensó nada la mujer, sólo seguía y agradecía con unos saltos.

Ya a unas cuadras de la casa de su marido, pensaba que decirle.

Ya a unos pasos del jardín de la casa de su marido, pensaba como darle las paletas.

Ingresando al jardín vio a su marido sentado frente a una mesa. Estaba jugando a las tasitas con otra niña.

- Pero Vicente, nosotros estábamos jugando.

- Eso fue ayer, Amanda- le dijo Vicente.

Amanda no sabía que hacer con las paletas. Mientras la otra niña sólo atinaba a seguir tomando de ese té que nunca existió. Vicente sólo proseguía a servirle de ese té en esa tetera que nada hirvió, y nunca hirvió.

Las paletas se las dio a su papito. Mientras su mamita la curaba de su resfriado.

Última edición de este tipo de pensamiento (todos son hijos, padres o desaparecidos)

Pinochet y Videla se habían dejado de desconocer en el curso posterior al cuarto básico, en el colegio de la esquina, cementerio de calles, sí, sí, y cruce de lineas amarillas, no, no, marrones, marrones.

A toda hora (menos a la hora en que la esquina dejaba de ser ángulo), (no,no, formaba el ángulo), las flores se dejaban cerrar y permitían eliminar, sin dejar salir, la cosa distinta a la que entraba, tan iluminada, tan poco opacada; aunque, estaba, sí, lo estaba, sombreada.

Uno terminó siendo más malo que el otro, ¿Y quién era esa sino?, el más bueno.

Aún así así y todo, la vida seguía, y a esas horas en que las cosas ya brotadas; sí, sí, con botón, pétalo y casi todo, que sin mi resfriado estaría completa de amor, no, no, aroma y moralidad, bueno, supuestamente, de lo en que iba a terminar. Esas horas, sí, ya era muy tarde, el ocaso, el crepúsculo, la tarde crepuscular o el ocaso matinal; a esas horas (redundante y todo, o casi todo, sin mi resfriado) Amelia salía de la que todos llamaban, mas nunca respondía, por casa. Ella la llamaba "mi morada", su morada, por nosotros.

Así era, y fue, como a las 5, ya tarde, horas, supuestamente, convencionalmente cuando todos se dejaban exprimir, no se permitía flacidez, eran las micros el medio, los pies, por los que el mundo movía, se moría, ¿Dónde estás gente?. Y como buena morada, el monte la parra y las hojas la gente, o los bichos que los campesinos buscan arrancar del cielo, cuervos mal olientes. El perfume su ente y la frente, en la frente, sudada por el trabajo, anti-descanso; anti-ocio.

Era, en esos tiempos lejos de la esquina y su ángulo, rectas, segmentos y peatones; flores, luces y sombras, el trabajo una obligación, evitar amar una acción; el descanso el único descanso.

Bien, bien, bien, well, well, well, hell, hell, hell, HELP, HELP, HELP,... Era el eco gregoriano y el coro del trabajo, las gotas del cansancio, el sudor que reposaba en descanso.

Amelia llegaba a su monte, norte, arriba del sur, arriba del centro; en el centro trabajaba y no perdía su belleza, ¿No la perdía?, no; ninguna arruguita, ¿no?, no... Pero morirá joven y lo fea que nunca fue. Alimentaba su (¿su?) mayor preocupación; y la de su novio, tan precoz el pobre, no pudo evitar ser pobre, no esperó la graduación de Videla y Pinochet y no trabajó. Se las pasaba con el vino en mano y la botella en la otra, la baba en los pies y lo que quedaba, o sobraba, en el otro.

viernes, 23 de mayo de 2008

Paradero


Era la historia de un emperador. Luego de años pasó a ser rey, y la paz se había acabado con su padre, su abuelo, y los vejetes que lo antecedían, con renombre, renombre, pasaron a la historia llamándose nobles. Será algo lindo, luego fue verde y todo se acabó. Se miraba en un espejo con bigotes impresos, sobre un fondo nublado. O una plaza, la antes Ágora, con multitudinaria gente. A algunos le cortaron la lengua por usar en vano su nombre, como otros fueron perseguidos por querer hacer el amor en la plaza. Bajo las bancas.

-¿Te acuerdas que te dije que nos “banquemos” el día?
-Como si me lo dijiste en el baño.
-Entonces, ¡vamos caminando!

Mientras unos conformistas, otros avanzan por la ladera norte. Veían la ciudad tan clara, como ojos de burro, que sólo daban patadas cuando sabían darlas. Los de abajo se olvidaban del poder, era el querer llenar de migajas su palomillo estómago de azúcar y melaza en tierras no fértiles. Pero retinas de burro no hay anteojos, ni bigotes, sino un espejo sin marcos. Claro, el alfarero, el minero, su madre.

-Y su otra madre.
-Mucha razón.

“¿Vas a hablar, o no?”

¡Claro!, pero en esta parte, donde todos nos conocemos, quisiera lo inesperado, para terminar de reconocer mi cuerpo, o que yo por lo menos lo haga compatible a mis emociones. Ser natural.

“Tú me conoces”.

Y todo lo que quisiera mecanografiar de mi boca hacia los pájaros. Sería como tú; como tú, quizás.

“Ómnibus”.

domingo, 18 de mayo de 2008

Mí-Mi-E


Una pluma cayó sobre su cabeza. Él se creyó indio, y los piojos tenían a un dios que alabar. Además de subir las escalinatas, sus muslos romanos recordaban la llegada a Machu Pichu. Como aquel día donde el vidrio se quiebra para fundirse con la luz, la ampolleta eran las estrellas que como una gran explosión formó distintos planetas, rojos, azules. Mientras unos crecían, otros morían. Era el pan el mayor motivo de su revolución, ojala nunca lo hubiera conocido, para así necesitar de lo imaginable. Como las rayas, hoyos, que marcaban en el piso que unas manos ajenas iban a entrar a su estómago, para después salir con oro, guerra, plumaje (ya no sobre su cabeza).
-¿Cuánto costó?
-500 pesos.
-Esto va de mal en peor. Te creció un bigote.
-Sí, en el camino...