viernes, 23 de mayo de 2008

Paradero


Era la historia de un emperador. Luego de años pasó a ser rey, y la paz se había acabado con su padre, su abuelo, y los vejetes que lo antecedían, con renombre, renombre, pasaron a la historia llamándose nobles. Será algo lindo, luego fue verde y todo se acabó. Se miraba en un espejo con bigotes impresos, sobre un fondo nublado. O una plaza, la antes Ágora, con multitudinaria gente. A algunos le cortaron la lengua por usar en vano su nombre, como otros fueron perseguidos por querer hacer el amor en la plaza. Bajo las bancas.

-¿Te acuerdas que te dije que nos “banquemos” el día?
-Como si me lo dijiste en el baño.
-Entonces, ¡vamos caminando!

Mientras unos conformistas, otros avanzan por la ladera norte. Veían la ciudad tan clara, como ojos de burro, que sólo daban patadas cuando sabían darlas. Los de abajo se olvidaban del poder, era el querer llenar de migajas su palomillo estómago de azúcar y melaza en tierras no fértiles. Pero retinas de burro no hay anteojos, ni bigotes, sino un espejo sin marcos. Claro, el alfarero, el minero, su madre.

-Y su otra madre.
-Mucha razón.

“¿Vas a hablar, o no?”

¡Claro!, pero en esta parte, donde todos nos conocemos, quisiera lo inesperado, para terminar de reconocer mi cuerpo, o que yo por lo menos lo haga compatible a mis emociones. Ser natural.

“Tú me conoces”.

Y todo lo que quisiera mecanografiar de mi boca hacia los pájaros. Sería como tú; como tú, quizás.

“Ómnibus”.

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