sábado, 26 de julio de 2008

La vida de una estrella (dudosa directamente proporcional a la distancia, no menos peligrosa)


Cuando el sol salta montes,
y deja las piernas abiertas,
te puedo ver más roja.
El mundo se aglomera en sus rincones,
y el piso te cree viva
por cómo se tapa los ojos de alegría

Y es que cuando te escucho hablar
sé que han pasado muchas voces antes.
No hay dominical sin tu marca
cuando me pierdo en la noche.
Y cuando trato de alcanzarte
me tomas del brazo para alejarme

Cuando te robo un abrazo
me quieren ver tras celdas horizontales.
Porque todo el mundo quiere una estrella,
Pero no quieren explotar contigo.
Yo soy polvo en risas de recuerdos;
vivo en lo oculto de tu mirada,
y olvido cuanto, en ti, dura mi vida

Tus voces son las luces.
Hay muchos caminos para una persona
y una soledad para la estrella.
Pero quiero estar muy cerca
y saber porque destellas,
porque puede que sea
que hace mucho que no destellas

Pasará mucho tiempo
antes de que empiece a anhelarte.
Ahogado puedo servir de cuerpo
y no son manos que conozco las que me cuidan.
Pero seré el primero en amarte
como en el polvo amainado sabré extrañarte

Tan cerca como lejos,
sabré cuánta es la vida de una estrella

domingo, 20 de julio de 2008

Los años desmienten la irrealidad.-.-.-.-.-. Luego Mis Dibujos


Mientras caminaba por la plaza, las luces se prendían. Ella sabía muchas cosas de electricidad. Sabía que en noche las luces despiertan. Mirar hacia abajo las escondían del sol y abrir el ojo era magia. Era el mago electricista que prendía las luces sin un interruptor. Se quedó hasta que aparecieron las que hoy son sus amigas, que no eran tan malas como sus padres decían. La llevaron a casa. Las luces seguían intactas, las caras amarillentas y sus padres preocupados. La gente podía guardar un sol en su cara, como las lumbreras, pero sólo servía si las usaban de noche.

Daniela, se llamaba. Gustaba de mirar las estrellas. Ella sabía muchas cosas de astronomía. Sabía que esas estrellas se bañaban todo el día para salir al barro del cielo en la noche. Sabía que existían muchas constelaciones: la de los trabajadores, la de los cerditos y la de los sirvientes, como los de los cuentos.

Sabía mucho de biología. Las aves pasaban bajo el sol para dejar su sombra, y cuidarnos del abrasador calor. Las plantas crecían para que los niños pudieran olerlas, y las flores se abrían con bostezos sordos, alzando sus pétalos como dos brazos. Las ovejas se desnudaban, los pastores eran crueles.

Cuando Daniela creció, su ojo se convirtió en un hotel. La gente era como nube que avanzaba por el agua. Todos la miraban, porque adolecían, porque todos buscaban lo mismo. Dejó de creer en las constelaciones. Su conciencia le hizo desmentir de lo que sabía. Los besos que recibían ya no eran para dejarle marcada esa sonrisa, con dos hoyos bajo sus pomelos. Los abrazos, ya no eran para hacerla crecer y alargarla hasta tomar una estrella y dibujarle una sonrisa. Las caras no guardaban el sol, guardaban el azul de los lugares que nunca se iban a olvidar. El mar, o simplemente un rayo que se reflejaba en su carita mirando el televisor. El mundo se mostraba con todo su esplendor, mientras ella le quedaba mucho por bailar, por amar y perdonar.

Pero de todo lo que creía olvidado, aprendió algo: que los cerditos se revolcaban en cualquier noche de barro, que dejaron su vida de trabajadores, porque la vida de las nubes era de un día. Y que las que miraban las constelaciones de noche no eran malas, eran las trabajadoras nocturnas, mientras todos eran sirvientes del sueño.

domingo, 29 de junio de 2008

La bandera del Big Bang (En contra de la Guerra, o la intención belicosa)


Te levantan los pasos y sus países
y te agitan al verte marchar.
Los dientes aúllan llenos de ti.
Son aullidos de colores grises.

Cada vez que avanzas miras en lluvias
los granos cada vez más latentes.
Saluda desde abajo el monte lunar
y sus hijos: cráteres inocentes.

Y marchas
con el tiempo bajo las razas.
Son las bocas
quienes lenguas son toda su caza.

Y gritas
cuando caras son todas mi cara.
Somos nadie
quienes botamos ramas, tu casa.

El marco es el fondo del cielo
y tu pecho ya no son las nubes.
Cuando llueven cenizas me cubres,
pesan kilos mis alas al vuelo.

E incide
una espiga en toda la luna.
Es tu barro,
y miradas buscan tu manzano

Es tu tráquea
la que escapa de tu madera.
Son mis hoyos
y mis túneles de ti se aglomeran.

Son los rayos
que me muestran tu cuerpo de trigo.
No son rayas.
Son entierros bajo la bandera.

jueves, 26 de junio de 2008

Redireccionando (gente, con este Inédito de dos días)


En Monte Andes se vio caer
la roca más amarilla del cielo.
Cuida tu cabeza Betty,
que el terremoto no te vote el velo.

Las balas se van directo al hoyo,
como mis oídos atraen sonido.
Y no veo tu puerto Andes
donde evitas que los marcianos canten.

Las palomas vuelan porque llueve,
y las estrellas mojan porque estoy esperando
el campo minado de mis pensamientos
y la sonrisa de lo que mis manos cuelen.

El agua rebota porque levito
y alcanza las alas de tu techo
al mojar las plumas de tus tejas.
La bandada se inscribe en tu pecho
y son el rastro mis dedos marchitos
que siguen el hueco de los álamos.

No creo que en mi cuerpo habite el comercio
que ya salen humo de las nacionales.
Atraigo miradas emocionales,
como el cuerpo ha cambiado en tu Versalles.

Todas las manos son de mi centro
y como ombligo perdón les pido.
Puedo resucitar del mar perdido
y alterar el orden con mis lamentos.

Y mi cuerpo sale de mi tierra
que aparece en el mejor de los infartos.
¿Cómo acordarme por cada vez que me levanto
qué sobre mi centro hubo guerras?

Me miro por mis ojos
y sé que son los monos quienes trepan.
“¡Un apretón de manos, compadre!”
Todo termina y te vuelvo a amar.

lunes, 23 de junio de 2008

Un Otoño por vos (y todos los que quieras)


Déjame sumergirme.
No te haré daño alguno
y no sabrás siquiera que estoy allí.
Déjame nadar en tus pestañas.

Puedes estar muy mal
como para dejarme caer con tus lágrimas.
Y siento que caigo tan lento
que parezco ya la lluvia que te acaricia.

Me sabré bien filtrar.
Me saborearás y no lo sabrás.
Dentro de ti seré un secreto
y tu amor me aguardará.

Tus labios me acarician,
y mis besos se despejan del sol.
que me queman y buscan mi muerte.

Serás mi cielo y yo las nubes
que te recorren en un día sin sol.
Apaga la luz y me verás caer
con un fondo estrellado y luna recién bañada.

Déjame sumergirme
y no querer perderte.
Puedo desearte a mi lado
y sólo tú sabrás si me besas.

Déjame caer y ahogarme.
Filtrar y saborearme.
Esconderme y abrigarme
en un día nublado sin sol.

El corazón envejecido al Tango 300


El corazón lastimado
quiere ser libre.
Deja las mamas tranquilas
y sus huesos desorbitados.
Pues es corazón al no estar solo
y lastimado al bombear las penas.

El corazón lastimado
quiere ver rosa.
Son su prisión las costillas angustiadas.
Como el viejo tendido en su lugar
se detiene a mirar gente.
¡Que buena memoria!-
lo reprimen con halagos de tener que olvidar
pues son entes que nunca va a encontrar
en esta escuálida ciudad
de anorexia moderna.
De vitrinas de vinilos soldados
al metal rojo, al metal pasado.

Al corazón lastimado
lo han dejado de lado.
Y no sería sufrir si
su paso por la primavera
le hubiese dejado flores.
Como mujeres de ámbar,
ámbar de mujeres,
que salivan los espejos después de un baño.
A punto de evaporar están los pisos
que de tantos juegos
los niños se dedicaron a rayar.

Mientras los pasos de tango,
10 años después,
con acordeones, mujeres,
manos expertas, supieron moldear.

No era un galán,
ni un charlatán,
que con sus zapateos
hacía derramar los ácaros del piso,
que en esquinas se consagraban
los tumultos de sal y mar.
Eran las fosas,
sus pies los taladros,
que buscaban hacer brotar el agua
de su centro cálido.

Las oficinas dejaban de matricular
a las personas que querían entrar.
Ahora la llave era un pez
que recorría la clave por cables.
Actores de las guerras tratan de cambiar
el rostro al trabajador indocumentado.
Y todo el día así se las ha llevado,
buscando ser juez de religión santa
que no ha matado
sino buscado lo que justicia han desdichado.

Ahora era un lobo quien se quería
suicidar desde lo más alto de la torre.
Ha esperado bastante las lunas,
que desde antenas se confunden
con estrellas rojas.
¿Júpiter quizás lo que llaman
grande, magno y gigante?

Recorre en escalas su grandeza
y al final, cuando le llaman alto
al más pionero,
sólo se le agarra los metros.
Es la calidez de sus movimientos quienes
dictan la verdadera solidez de sus articulaciones.
Pero intenta hacer una escala a la luna,
como un puente de hombres,
donde los tacones les pisen los ojos
y les paguen con rosa su color
de fuego mentor de flamas
que intentan sumergirse bajo su idea
de parecerse al agua.

Todos los detalles se van hasta la ira
de alguna mano ajena.
¿Algún dios habla con las manos?
y si se tienden los mantos
no es porque nos quieren alcanzar
y no está lloviendo porque quiere llorar.
Simplemente avanza para su centro cultivar.
Como molino su corazón
bajo capas de pieles
y orejas que siguen oyendo
saben con gritos marchitar.

No se unen las bestias para llorar.
Es para clamar las tierras
que desde principios vieron avanzar
las escalas de nubes y camas
descalzas de sábanas
los jirones de muerte que con noches
la gente las hizo olvidar.

Es una espada el espacio
entre su pensar y su actuar.
Como la duda al perfecto,
o el errar al inundado,
que sobre mares de animales,
y sangre extinta
baña los cultivos de roja tinta.

Mientras salen,
sales, las puertas giran,
te quieren alcanzar
la intimidad de tu rencor
a mirar lo que atrás
atrás queda.

Y muerta afuera,
afuera eres tan vulnerable,
te escapas por tu propia vitrina,
como el alfa del plano,
puedes chocar sin frenos.
Puedes chocar sin frenos.
Los colchones no alcanzan tu vuelo
que en sueño supiste hallar.
La pluma de las almohadas
se sienten impresionadas.

Se sienten presionadas,
que un apretón de labios
se dejan de respirar.
Se empiezan a detestar, y te dejan
ácaros sobre tu espalda de dulce.

Es allí donde sentirás sus aullidos
y sus hormonas serán un revoltijo.
Se quieren escapar del exhibicionismo
y van como globos, te hacen volar.

Tu cuerpo es el asfalto más colorido.
NOJONNONONONONNONOJNONONON
Tu cuerpo es la dulzura de un beso,
que se hace befo al momento de saborear.
Tu cuerpo es un arco iris.
Son colores que tu dejas a lo natural.
Como supiste a tu virginidad
no dejar suspirar,
o liquidar en las bodegas del mar sediento,
o hiel pura, aburridamente disoluble.

Como aceite.
El mundo es el vaso,
lleno de vida,
lleno de muerte,
el vapor al sol,
el frío al calor.
Y las noches le dan paso
a la ternura de tu agua
ensalivada, envuelta por ti.

Ahora oyes los ruidos más sensibles
y buscas los mares envueltos
por la naturaleza más afilada.
Son los dientes el estómago
del carnívoro que no deja paso al sentir.
Que no pregunta y construye
una costanera de visiones coloridas
por pampas amarillas
y claras de espinosas
manos que comieron huevos sin empollar.

Ahora son mis ojos
los que buscan tu cualidad.
Como dos botones te empiezo a saborear
y ya no puedo esperar la tortura
de los broches con historia
de ingenio y locura.
Como nombres de ríos,
como tierras de fuego.
Es ese el mar en que se posa el sol,
el hoyo donde caen los barcos,
y la ciudad de los monstruos más salados.
En mí siempre han habitado
mujer de las hojas grises.
Que no te dejas mezclar,
que vives en la constancia de los años
y no dejas subyugar tu identidad.

Al final todos somos in perennes
que florecemos un año
para mirar el sol de otro modo.

sábado, 31 de mayo de 2008

Eso es todo, esto no es todo (Los Tres)


That´s All

Al mango le dio vida el dinero
como el verde al calor.
Y es que todos los rones se venden en el cielo
¿por qué es allá donde voy?

Cada hoyo son el hueco
de donde pretende salir el sol.
Desde las nubes el oso busca su anzuelo
y caza a los peces que dan un buen vuelo.

Porque los peces del cielo
no tienen sueño.
Dime si haz visto dormir uno.
Nada es como dentro de un alambrado

Eléctrico plumífero.
Se torna rojo y carnívoro
y pondré tu cara cada mañana
para dejar los domingos en mi cama los pomelos.

Como al mago el dinero
que me pide por mes el mango

sábado, 24 de mayo de 2008

Agradecimientos a nuestro compañero Rainier (el dinosaurio) de Mr. ciego sordo mudo (el animal primitivo)


Fue el señor Inti quien se encargaba de darle ese atractivo color a las hierbas más nutridas, brotadas sobre el barro de ciudades de piedra y oro. Fueron las llamas las que no dejaron de saborear el verano en sus bocas rumiantes. Las olas se batían sobre la rocosa lengua y los dientes parecían ballenas, que esperaban el amarillo del otoño para masticar los mares sin saber donde estaban, y su piel se arrugaba, que les indicaban a que frío entraban.
Fueron los mismos mares quienes vomitaron al platónico ser pequeño, y que les dio una expresión para responderles con la vida. Y, como “gérmenes”, entraron a sus bocas bien nutridas, que de gula sin ser pecado les empezó a consumir los cimientos, y terminar en una salida incandescente por sus ojos que no se tapaban del oro, como si no fuera el sol.
Los hombres que corrían, jugaban, pulían, trabajaban y dioses adoraban pudieron desaparecer. Y llegó el concepto de moderno, con los que escribían, con los que creían hacer historia para sentir repulsión por tantos dioses. Los prístinos radicales del cambio que terminó siendo la nueva escuela, con hombres europeos y mujeres con hijos ya no puros. Los profesores europeos, y sus alumnos preferidos, futuros dictadores. La conquista se hizo realidad.
Pero bien puede ocurrir que hasta el más leal ser, llamado americano, tenga una convulsión al amar a su tierra, como si la conociera suficiente. El nacionalismo se sienta delante de todos los pupitres, mientras el profesor enseña. Es el fanatismo quien puede matar a muchos dioses, y luego de la graduación es la bandera la que se entierra sobre los estados de asfalto europeos, seudo americanos. Es la idea de querer retroceder a lo que vive en cada uno lo que lo lleva a matar a su propio pueblo. Es retroceder a las anchas platónicas, a la tradición de romper tradiciones. Es querer ser “germen”, en realidad aspirar a ser “germen”, y aprender de los grandes países del frente invasor para volver a entrar por la boca de cada uno y salir con la mirada incandescente. Algunos no abrieron la boca y terminaron en una noche de lápices rotos, mientras le extirpaban los pezones o lo dejaban desnudo mientras esa filosa calle de púas heladas le consumía el cuerpo al desvelado por el “mal señor”. No somos libres, dice quien nos ha enseñado desde economía hasta como vestirnos. No tenemos libre albedrío, dice quien nos da a elegir, quien nos tapa la boca antes de opinar, o se escurridiza del ruido a tener que escuchar lo que conquistó, porque se creyó muy conocedor de nuestras palabras.
Esta conquista, para los que perdimos, fue de ganancia de enfermedades y un nuevo gen. Para lo que ganamos, perdimos la familia, quizás; perdimos oro, quizás; pero de escrituras no me hablen, que nadie escribía… hasta que ellos ganaron. Aunque sus escritos siempre hablaban de victorias.
Faltarían palabras para gritar la libertad que nos han quitado, hasta los tiempos de asfalto; hasta los muertos que no pueden reclamar su vil entierro; hasta los dioses, que ya no son tantos. Son menos, menos, menos,… uno.
Pero de todo lo que nos falta, hay un viejo, siempre dispuesto a hablarme del mundo en que vivimos. Ese mundo que compartimos en silencio con el que me enseñaron, del que yo no elegí. Pero me siento libre en ese mundo del vejete: leyendas, ruinas vivas, plumas sobre sus cabezas. Entro a esa utopía de querer volver a él con el amor que perdí en batalla, con el respeto de la vida que nadie me puede explicar mejor que el viejo. Me entrega el arma, el viejo herrero, y me armo para luchar por la vida, por mi mundo de piedra y oro del que nadie puede entrar, porque de él nunca voy a hablar. Y por mucho que ese mundo habite en mí, podrán abrir mi cuerpo y no verán más que las manchas de las manos terminales, de los “gérmenes” que quieren volver a entrar por barcos a mi lengua. Yo los vomitaré como lo hizo una vez el mar.
Ellos no me admiten como el civil que me nombraron. Si no es así, seré el mundano de tierras de la que los viejos me hablaron.

Aprendimos a jugar (se está yendo todo el mundo)


Esa chica dulce salía de la dulcería. Iba en dirección a su casa con un paquete de paletas para su marido. Con una vestimenta de una pieza, que le llegaba hasta un poco mas arriba de las rodillas, ya iba saltando. Cada segundo era parte de su impetuosa vehemencia que se expresaba de manera muy particular. Niños del furgón escolar, que la miraban como si la conocieran, observaban como ella le robaba sus juegos de
no pisar las rayas de la vereda.

Cualquier adulto diría división, pero ese aire contagioso de primavera hace olvidar del invierno hasta los más apartados narradores. En todo caso, era invierno, y como en todo invierno, pareciera un hamaca con agua la que en cualquier momento desde el
cielo pretendía darse vuelta. A la mujer no le importaba las hamacas, si no la idea de que su marido se contente con las paletas que ella le iba a dar. A la mujer no le importaba la lluvia.

Había guardado ese dinero para ir a fantasilandia, pero nada cambia ese aire que la lluvia desprendía desde el suelo. Parecían somníferos que cautivaban los sentidos de cualquiera. ¡Pero no se equivoque!, no piense que es el aire. Era esa chica de una pieza, con puntos en su vestimenta. Sí, tenía puntos blancos sobre la pieza rosada. Esa ropa que alguna vez en navidad le regalaron. Ella nunca supo si ese regalo era de navidad o de cumpleaños, pues nació un día antes del nacimiento popular de Jesús. Siempre esperó que le preguntaran:" ¿Cuándo nació Jesús?", pero nunca ella ha podido decir que no sabía. Y es que en realidad todos creen saberlo.

Muchos autos se han detenido, con compasión en sus luces, para dejarla en la puerta de su casa. No pensó nada la mujer, sólo seguía y agradecía con unos saltos.

Ya a unas cuadras de la casa de su marido, pensaba que decirle.

Ya a unos pasos del jardín de la casa de su marido, pensaba como darle las paletas.

Ingresando al jardín vio a su marido sentado frente a una mesa. Estaba jugando a las tasitas con otra niña.

- Pero Vicente, nosotros estábamos jugando.

- Eso fue ayer, Amanda- le dijo Vicente.

Amanda no sabía que hacer con las paletas. Mientras la otra niña sólo atinaba a seguir tomando de ese té que nunca existió. Vicente sólo proseguía a servirle de ese té en esa tetera que nada hirvió, y nunca hirvió.

Las paletas se las dio a su papito. Mientras su mamita la curaba de su resfriado.

Última edición de este tipo de pensamiento (todos son hijos, padres o desaparecidos)

Pinochet y Videla se habían dejado de desconocer en el curso posterior al cuarto básico, en el colegio de la esquina, cementerio de calles, sí, sí, y cruce de lineas amarillas, no, no, marrones, marrones.

A toda hora (menos a la hora en que la esquina dejaba de ser ángulo), (no,no, formaba el ángulo), las flores se dejaban cerrar y permitían eliminar, sin dejar salir, la cosa distinta a la que entraba, tan iluminada, tan poco opacada; aunque, estaba, sí, lo estaba, sombreada.

Uno terminó siendo más malo que el otro, ¿Y quién era esa sino?, el más bueno.

Aún así así y todo, la vida seguía, y a esas horas en que las cosas ya brotadas; sí, sí, con botón, pétalo y casi todo, que sin mi resfriado estaría completa de amor, no, no, aroma y moralidad, bueno, supuestamente, de lo en que iba a terminar. Esas horas, sí, ya era muy tarde, el ocaso, el crepúsculo, la tarde crepuscular o el ocaso matinal; a esas horas (redundante y todo, o casi todo, sin mi resfriado) Amelia salía de la que todos llamaban, mas nunca respondía, por casa. Ella la llamaba "mi morada", su morada, por nosotros.

Así era, y fue, como a las 5, ya tarde, horas, supuestamente, convencionalmente cuando todos se dejaban exprimir, no se permitía flacidez, eran las micros el medio, los pies, por los que el mundo movía, se moría, ¿Dónde estás gente?. Y como buena morada, el monte la parra y las hojas la gente, o los bichos que los campesinos buscan arrancar del cielo, cuervos mal olientes. El perfume su ente y la frente, en la frente, sudada por el trabajo, anti-descanso; anti-ocio.

Era, en esos tiempos lejos de la esquina y su ángulo, rectas, segmentos y peatones; flores, luces y sombras, el trabajo una obligación, evitar amar una acción; el descanso el único descanso.

Bien, bien, bien, well, well, well, hell, hell, hell, HELP, HELP, HELP,... Era el eco gregoriano y el coro del trabajo, las gotas del cansancio, el sudor que reposaba en descanso.

Amelia llegaba a su monte, norte, arriba del sur, arriba del centro; en el centro trabajaba y no perdía su belleza, ¿No la perdía?, no; ninguna arruguita, ¿no?, no... Pero morirá joven y lo fea que nunca fue. Alimentaba su (¿su?) mayor preocupación; y la de su novio, tan precoz el pobre, no pudo evitar ser pobre, no esperó la graduación de Videla y Pinochet y no trabajó. Se las pasaba con el vino en mano y la botella en la otra, la baba en los pies y lo que quedaba, o sobraba, en el otro.

viernes, 23 de mayo de 2008

Paradero


Era la historia de un emperador. Luego de años pasó a ser rey, y la paz se había acabado con su padre, su abuelo, y los vejetes que lo antecedían, con renombre, renombre, pasaron a la historia llamándose nobles. Será algo lindo, luego fue verde y todo se acabó. Se miraba en un espejo con bigotes impresos, sobre un fondo nublado. O una plaza, la antes Ágora, con multitudinaria gente. A algunos le cortaron la lengua por usar en vano su nombre, como otros fueron perseguidos por querer hacer el amor en la plaza. Bajo las bancas.

-¿Te acuerdas que te dije que nos “banquemos” el día?
-Como si me lo dijiste en el baño.
-Entonces, ¡vamos caminando!

Mientras unos conformistas, otros avanzan por la ladera norte. Veían la ciudad tan clara, como ojos de burro, que sólo daban patadas cuando sabían darlas. Los de abajo se olvidaban del poder, era el querer llenar de migajas su palomillo estómago de azúcar y melaza en tierras no fértiles. Pero retinas de burro no hay anteojos, ni bigotes, sino un espejo sin marcos. Claro, el alfarero, el minero, su madre.

-Y su otra madre.
-Mucha razón.

“¿Vas a hablar, o no?”

¡Claro!, pero en esta parte, donde todos nos conocemos, quisiera lo inesperado, para terminar de reconocer mi cuerpo, o que yo por lo menos lo haga compatible a mis emociones. Ser natural.

“Tú me conoces”.

Y todo lo que quisiera mecanografiar de mi boca hacia los pájaros. Sería como tú; como tú, quizás.

“Ómnibus”.

domingo, 18 de mayo de 2008

Mí-Mi-E


Una pluma cayó sobre su cabeza. Él se creyó indio, y los piojos tenían a un dios que alabar. Además de subir las escalinatas, sus muslos romanos recordaban la llegada a Machu Pichu. Como aquel día donde el vidrio se quiebra para fundirse con la luz, la ampolleta eran las estrellas que como una gran explosión formó distintos planetas, rojos, azules. Mientras unos crecían, otros morían. Era el pan el mayor motivo de su revolución, ojala nunca lo hubiera conocido, para así necesitar de lo imaginable. Como las rayas, hoyos, que marcaban en el piso que unas manos ajenas iban a entrar a su estómago, para después salir con oro, guerra, plumaje (ya no sobre su cabeza).
-¿Cuánto costó?
-500 pesos.
-Esto va de mal en peor. Te creció un bigote.
-Sí, en el camino...