domingo, 20 de julio de 2008

Los años desmienten la irrealidad.-.-.-.-.-. Luego Mis Dibujos


Mientras caminaba por la plaza, las luces se prendían. Ella sabía muchas cosas de electricidad. Sabía que en noche las luces despiertan. Mirar hacia abajo las escondían del sol y abrir el ojo era magia. Era el mago electricista que prendía las luces sin un interruptor. Se quedó hasta que aparecieron las que hoy son sus amigas, que no eran tan malas como sus padres decían. La llevaron a casa. Las luces seguían intactas, las caras amarillentas y sus padres preocupados. La gente podía guardar un sol en su cara, como las lumbreras, pero sólo servía si las usaban de noche.

Daniela, se llamaba. Gustaba de mirar las estrellas. Ella sabía muchas cosas de astronomía. Sabía que esas estrellas se bañaban todo el día para salir al barro del cielo en la noche. Sabía que existían muchas constelaciones: la de los trabajadores, la de los cerditos y la de los sirvientes, como los de los cuentos.

Sabía mucho de biología. Las aves pasaban bajo el sol para dejar su sombra, y cuidarnos del abrasador calor. Las plantas crecían para que los niños pudieran olerlas, y las flores se abrían con bostezos sordos, alzando sus pétalos como dos brazos. Las ovejas se desnudaban, los pastores eran crueles.

Cuando Daniela creció, su ojo se convirtió en un hotel. La gente era como nube que avanzaba por el agua. Todos la miraban, porque adolecían, porque todos buscaban lo mismo. Dejó de creer en las constelaciones. Su conciencia le hizo desmentir de lo que sabía. Los besos que recibían ya no eran para dejarle marcada esa sonrisa, con dos hoyos bajo sus pomelos. Los abrazos, ya no eran para hacerla crecer y alargarla hasta tomar una estrella y dibujarle una sonrisa. Las caras no guardaban el sol, guardaban el azul de los lugares que nunca se iban a olvidar. El mar, o simplemente un rayo que se reflejaba en su carita mirando el televisor. El mundo se mostraba con todo su esplendor, mientras ella le quedaba mucho por bailar, por amar y perdonar.

Pero de todo lo que creía olvidado, aprendió algo: que los cerditos se revolcaban en cualquier noche de barro, que dejaron su vida de trabajadores, porque la vida de las nubes era de un día. Y que las que miraban las constelaciones de noche no eran malas, eran las trabajadoras nocturnas, mientras todos eran sirvientes del sueño.

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